Los túneles submarinos de Cartagena.-

por elsubmarinoperal

2014-12-08_155600

Cartagena es una ciudad que siempre sorprende, basta pasear por la bocana de su puerto o circular por la carretera que discurre entre el Espalmador Grande para que inmediatamente nos llame la atención lo que parecen dos grandes túneles horadados en la roca; cercanos a uno de los fortines que hicieran temible la entrada a la trimilenaria para quienes vinieran en son de guerra.

Estos túneles son visibles desde prácticamente cualquier lugar del puerto, y durante muchos años fueron también recalada para el barco del “capitán maravillas”, una modesta lancha que los cartageneros ya talluditos recordarán, desde la que su avispado patrón mostraba a los turistas, a cambio de unas monedas, las excelencias del puerto de Cartagena. Hasta donde la vista alcanzara, podían ver también la airosa estampa de los buques de su legendaria Marina de Guerra, los barqueos y en general los movimientos portuarios.

Tras el asombro inicial, la pregunta que invariablemente todos se hacían es qué hacían allí esos túneles, para qué servían.

La idea original de construcción de los túneles submarinos de Cartagena vino asociada a las experiencias militares de la II Guerra Mundial; los sólidos búnker de cemento alemán, sus tremebundas barreras antitanque y en general aquel tipo de fortificaciones llamaron aquí poderosamente la atención, imaginando que si habían tenido éxito en la defensa teutónica mejor aún se podría componer en un enclave de fortaleza natural el puerto de Cartagena, en otras palabras: si para aquellos había sido tan provechoso el hormigón alemán, la roca española del monte de Galeras no le iría a la zaga.

El destino proyectado para estos túneles era básicamente servir de refugio a los buques submarinos en caso de bombardeo de la aviación. Sus corredores debían ser además ser lo suficientemente amplios como para establecer servicios de talleres y permitir la entrada y salida en navegación hacia dentro y fuera del puerto.

Fue así como, en la década de 1.940, el ministerio de Marina encomendó las obras al entonces llamado Consejo Ordenador de Construcciones Navales Militares, “el Consejo”, como popularmente se llamaba en Cartagena a los sucesores, desde 1.940, de la antigua “Sociedad Española de Construcción Naval”.

Por razones ordenancistas el Consejo Ordenador fue disuelto en 1.946; tomándole el relevo la no menos sobresaliente “Empresa Nacional Bazán de Construcciones Militares S.A.”, integrándose ésta última en el Instituto Nacional de Industria.

Durante el tiempo que duró su ejercicio, el Consejo demostró trabajar con entrega y considerables dosis de imaginación, pero la Ley de 11 de mayo de 1.942 puso a Bazán en la línea de salida para tomar el testigo de lo que en adelante sería una nueva era para la construcción naval.

La Sección de “Obras Civiles e Hidraúlicas” de la Empresa nacional Bazán fue desde ese instante la encargada de perforar y adecuar los túneles, o lo que es lo mismo, la responsable inmediata de que la fantástica roca se horadase hasta conseguir que la construcción de dos grandes túneles para refugio de submarinos se convirtiera en realidad. Dos túneles refugio que además de inexpugnables debían construirse paralelos y comunicados interiormente. El director de las obras fue Mariano R. Millán Valdés, actuaba como empresa subcontratada “Entrecanales y Távora” y asesoraba como encargado del Consejo Alberto Conesa Sánchez-Osorio.

El hecho que se hubieran de perforar al nivel del mar tampoco facilitaba nada las cosas, pero pese a los inconvenientes la obra se llevó a cabo con éxito: los túneles fueron una realidad de doscientos metros de longitud por dieciséis metros de ancho cada uno, y se dispusieron para que hasta su interior pudieran penetrar los submarinos navegando en superficie. A ambos lados de las fosas de atraque se construyeron muelles, y dentro de los túneles –a través de un sencillo pero eficaz sistema de raíles y pescantes– los submarinos podrían recibir pertrechos y apoyos.

Sin que se conozca muy bien la razón, las obras de remate quedaron paralizadas en 1.954 tras ser firmados los primeros acuerdos de ayuda mutua hispano-estadounidense y aceptarse sus condiciones. Poco después de aquellos convenios bilaterales aparecieron nuestros primeros radares y sonares –elementos revolucionarios para la moderna detección naval– y junto a ellos el desarrollo de la táctica antisubmarina y los Centros de Información y Combate.

Una maqueta de esta gran obra de ingeniería estuvo colocada durante mucho tiempo en el vestíbulo de las oficinas generales de la Empresa Nacional Bazán de Cartagena, hasta que tristemente el tiempo desplazó la muestra de aquél lugar y el abandono acabó entoldando el recuerdo de su existencia.

Entrados los años setenta, agotada por completo la razón que puso en marcha la construcción de los túneles submarinos, tras haber gastado no poco dinero y esfuerzo en una obra faraónica, el Gobierno abandonó el proyecto de los túneles y ordenó cegar la entrada submarina a las fosas, que desde entonces quedaron terraplenadas. A la entrada de las fosas se estableció una gran explanada de tierra firme, compactada y allanada para junto a ella pasar una carretera.

Llegada la calma, las inmediaciones de aquello se convirtieron en asentamiento industrial para la empresa de desguaces “José Navarro Francés”; chatarrrero que casi inmediatamente llenó los alrededores con el despiece de buques y piezas de chatarra al que durante muchos años hemos estado acostumbrados. Porque aquello fue durante mucho tiempo, sin dejar nunca de ser zona militar, un paisaje caótico de viejas marinas varadas en tierra, tristes, ruginosas a la espera de comprador, sin haber podido alcanzar el glorioso último destino de tantos otros buques: descansar sobre los profundos reinos de Neptuno.

Finalmente los túneles fueron utilizados como almacén de material logístico del Arsenal de Cartagena, y allí iba a parar algún material.

Pudo haber sido fantástico ver ocultarse aquellas naves; románticas fantasías de artilugios que resolvían con ingenio mecánico problemas fundamentales, mientras esos tiburones con entrañas de acero que son los submarinos operaban en el misterioso mundo de bajo las aguas.

De aquellos túneles refugio hoy queda solo un paisaje inconcluso y en su interior una selva de objetos y presencias de viejas flotas de guerra, reliquias marineras y piezas varias al abrigo del puerto a quien los de Cartago dieron nombre, calor y arrimo para cuantos hombres y mujeres han vestido el botón de ancla.

Vicente Cepeda Celdrán

Fototurismo.org – Asesor

2014-12-08_155542